En casi todas las casas hay un producto que acaba siendo el “salvavidas” de la limpieza. A veces es el quitagrasas de siempre, otras veces la lejía… y en muchos casos, el que nunca termina de irse del todo es el vinagre blanco.
Puede pasar temporadas olvidado en un rincón del armario, pero cuando reaparece suele hacerlo por algo: funciona, es barato y no hace falta saber química para usarlo. En los últimos tiempos se ha vuelto a poner de moda un truco muy simple basado en vinagre y agua templada que sirve para rematar limpiezas rápidas en varias zonas de la casa sin liarse con mil productos distintos.
Un básico de toda la vida que sigue teniendo sitio
El vinagre blanco lleva años siendo uno de esos aliados silenciosos. Su acidez natural ayuda a deshacer pequeñas capas de cal, a arrastrar restos de jabón y a suavizar manchas de grasa ligera.
No hace milagros con suciedad muy incrustada, pero para el mantenimiento del día a día cumple mejor de lo que parece. Además, tiene dos ventajas muy claras: el olor no se queda instalado en casa durante horas y no necesitas media botella para notar el efecto.
Mientras otros productos vienen y van según la moda del momento, el vinagre se mantiene ahí, como ese recurso al que puedes recurrir cuando te quedas sin limpiador específico o cuando quieres algo más suave que no deje un perfume intenso pegado a las superficies.
Cómo se prepara la mezcla y en qué se puede usar
El truco en sí es sencillo: mezclar una parte de vinagre blanco con una parte de agua templada. No hay que complicarse mucho más. Se remueve bien, se pasa a un pulverizador limpio y a partir de ahí se convierte en una especie de “spray comodín”.
La idea es no encharcar. Se pulveriza una película fina, se pasa un paño de microfibra y se deja que termine de secar al aire. El vinagre se nota sobre todo en el acabado: menos cercos y menos sensación de “brillo raro” que a veces dejan otros productos.
Pequeños detalles que marcan la diferencia
Hay un par de trucos que ayudan a que el resultado sea mejor. El primero es usar agua templada en lugar de fría: con un poco de calor, la grasa suave y la suciedad reciente ceden antes. El segundo es elegir siempre un paño de microfibra limpio, sin restos de suavizante ni de otros limpiadores, porque precisamente esos restos son los que suelen dejar vetas y rayas.
Al final, este truco viene bien recordarlo cuando el armario de limpieza empieza a llenarse de botes para todo. Con dos ingredientes que seguramente ya tienes en casa, puedes resolver muchas tareas cotidianas sin dejar olores cargantes ni películas pegajosas.
Es de esos gestos que, una vez pruebas un par de veces, se quedan en la rutina casi sin darte cuenta: vas a por el pulverizador de vinagre y agua, das cuatro pasadas rápidas y la sensación de limpieza llega sin necesidad de montar una operación a lo grande.
Imágenes | Dall-E con edición
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