He probado un montón de trucos para que la ropa no huela mal al sacarla de la lavadora. Mi error no podía ser más tonto

He intentado de todo un montón de cosas, pero los olores seguían ahí hasta que por fin entendí en qué me estaba equivocando

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Manuel Naranjo

Editor

En casa damos por hecho que la lavadora “hace su magia” y ya. Hasta que un día sacas la colada, está impecable… y huele a humedad. Me ha pasado durante semanas. 

Probé de todo: más detergente, suavizante a paladas e incluso el clásico chorrito de vinagre. Nada. En una charla con mi madre, que es enciclopedia de trucos domésticos, acabé encontrando el punto: no era la marca del jabón ni el suavizante milagroso. Era como estaba usando la lavadora.

No era el cajetín: era el hábito

Ya tenía interiorizado lo básico: dejar la puerta entreabierta después de lavar para que se ventile, revisar la goma por si queda alguna prenda atrapada y no abandonar la ropa mojada dentro hasta el día siguiente. 

Aun así, el olor seguía apareciendo de vez en cuando, sobre todo en ropa técnica y toallas. Tocaba revisar la rutina de arriba abajo.

Mi error de base: llenaba el tambor hasta el tope “para aprovechar el lavado”. Sobre el papel suena eficiente; en la práctica, es la receta perfecta para que el agua y el detergente no circulen. 

La ropa gira apelmazada, el jabón no se reparte bien y quedan residuos de suciedad. Resultado: mal olor y, con el tiempo, ese tufillo a humedad que cuesta quitar. La regla que me salvó es sencilla: deja el tambor al 70-75%. Si puedes meter la mano por arriba sin pelearte con las prendas, vas bien.

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Los programas cortos no son para todo

Otra costumbre que tenía: tirar de ciclos rápidos “porque la ropa no está tan sucia”. Bien para una camiseta poco usada; fatal para olores persistentes como sudor o textiles gruesos. 

Hay prendas (toallas, sábanas, equipación deportiva) que piden más tiempo o algo más de temperatura. Separar esas cargas del resto marca la diferencia. No hace falta hervirlo todo, pero sí darles un programa que realmente haga su trabajo.

También caí en la trampa de “si echo más detergente, olerá mejor”. Suele pasar lo contrario: exceso de detergente y suavizante que no se aclara, se pega a la fibra y atrae malos olores con el uso. Volví a la medida del fabricante (y a ajustar según la dureza del agua). Mano de santo. El suavizante, además, no le sienta igual a todos los tejidos; en la ropa técnica prefiero prescindir para no taponar la fibra.

Mantenimiento mínimo que evita disgustos

Sin obsesionarme, incorporé tres gestos:

  • Limpieza del filtro y del cajetín cada cierto tiempo.
  • Lavado en vacío con un ciclo de mantenimiento (o con el que recomiende el fabricante) para desincrustar.
  • Puerta y goma secas tras cada colada.

No te cambia la vida, pero evita que el olor venga de la propia máquina.

El antes y el después

El combo que me funciona hoy es simple: carga al 75%, programa acorde a la prenda y dosis correcta. En ropa técnica, ciclo específico; en toallas y sábanas, algo más de tiempo; y nada de “mega cargas” para “ahorrar”. 

Desde que lo aplico, las prendas salen igual de limpias y, por fin, huelen a limpio. No era comprar otro detergente ni descubrir un truco mágico de Internet. Era ajustar cuatro hábitos y dejar que la lavadora haga lo que sabe… con espacio para moverse.

Durante semanas mi ropa salía limpia pero con olor raro. Ni el vinagre ni el suavizante extra lo solucionaban: el fallo estaba en otra causa.

Imágenes | Dall-E

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