En casa de mi abuela había muchas normas no escritas. Una de ellas era que, después de poner la lavadora, había que dejar la puerta abierta. Siempre. Aunque la ropa ya estuviera tendida, aunque no viniera otro lavado en horas.
Al principio pensaba que era por los olores, por ventilar, por manías. Pero con el tiempo entendí que esa costumbre tenía más fondo del que parecía. Y ahora que la energía cuesta lo que cuesta, he empezado a hacer lo mismo. Y, sinceramente, mi factura lo está notando.
Una lavadora cerrada es un problema que no se ve (hasta que se nota)
Durante años, yo hacía lo contrario: sacaba la ropa, cerraba la puerta y me olvidaba. Lo típico. Pero lo que parece un gesto sin importancia puede complicar bastante las cosas.
Cuando el tambor se queda húmedo y cerrado, esa humedad se acumula. Y si no se ventila bien, el moho y los malos olores llegan antes de lo que te gustaría. Pero eso no es lo peor: lo que no sabía es que también afecta al rendimiento de la máquina.
Con el interior mojado constantemente, la lavadora trabaja con más esfuerzo, sobre todo en los siguientes ciclos. Le cuesta más calentar el agua, los sensores se ensucian más rápido, y las piezas que están en contacto con la humedad (como las gomas o el tambor) se deterioran con el tiempo. Todo eso se traduce en una cosa: gasta más energía sin que te enteres.

El gesto más simple que he incorporado a mi rutina
Ahora, cada vez que termino de poner la colada, dejo la puerta abierta unas horas. A veces hasta el día siguiente. No cuesta nada, literalmente, y desde que lo hago la lavadora va más fina, no hay olores raros, y sobre todo el consumo eléctrico ha bajado. No porque lo diga un manual, sino porque lo he notado yo mismo en las facturas.
Tampoco hace falta obsesionarse: no hay que desmontar nada, ni comprar productos especiales. Solo eso: dejar que respire. Y si, como en mi caso, tienes la lavadora en un baño sin mucha ventilación, el efecto se nota aún más.
Un truco viejo que, bien usado, ahorra de verdad
Desde que empecé a aplicar este pequeño hábito, también he incorporado otros ajustes: limpiar el filtro cada cierto tiempo, hacer un lavado en vacío con vinagre cada mes y evitar cerrar el cajetín del detergente cuando no lo uso. Pero el mayor cambio ha sido ese gesto que parecía una tontería, y que en realidad no lo es.
Según cómo uses la lavadora, el ahorro puede estar entre un 10 y un 15 % en el consumo. Y eso sin contar lo que me estoy ahorrando en reparaciones.
Lo que antes hacía mi abuela por rutina, yo lo hago ahora con plena conciencia. Y, curiosamente, sigue funcionando igual de bien. En tiempos en donde ahorrar cuesta cada vez más, recuperar esos gestos de siempre puede ser la forma más sencilla de gastar menos sin esfuerzo.
Imágenes | Freepik AI
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