Con el verano llegan también esas noches en las que el calor parece instalado en la cama y dar vueltas sin dormir se convierte en rutina. En ese momento, el aire acondicionado se vuelve el mejor aliado para sobrevivir a la madrugada. Pero dejarlo encendido toda la noche no es una decisión que deba tomarse a la ligera. Usarlo mal puede hacer que termines la mañana con la garganta como un estropajo, una factura eléctrica inflada o, peor aún, con un resfriado en pleno julio.
No se trata de pasar calor por miedo a encenderlo, sino de utilizarlo con cabeza. Y para eso hay algunos consejos que conviene tener en cuenta si quieres dormir a gusto sin que tu salud ni tu bolsillo se lleven un susto.
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Mantén una temperatura razonable
Muchas veces, lo primero que hacemos al meternos en la cama es bajar el aire al mínimo pensando que así dormiremos mejor. Al principio se agradece ese golpe de fresquito, sobre todo después de un día de calor pegajoso, pero la cosa cambia cuando llevas un rato bajo las sábanas y notas que el frío empieza a pasarse de la raya.
No hace falta dormir con la habitación helada: lo ideal es encontrar un punto intermedio, una temperatura agradable que quite el bochorno sin dejarte tiritando a mitad de la noche. Con 24 o 25 grados, el ambiente se mantendrá agradable sin pasarse de frío, consiguiendo la temperatura ideal.
Usa el temporizador a tu favor
Dormir con el aire encendido toda la noche no sólo es poco recomendable, sino que también dispara el consumo energético. Para evitarlo, lo mejor es programar el apagado automático, incluso en algunos modelos se puede hacer con la voz.
Así, puedes dejar que funcione durante la primera parte de la noche, cuando el cuerpo necesita más ayuda para bajar la temperatura y dejar que se apague una vez entres en fase de sueño profundo.
Por ejemplo, si te acuestas sobre las once, dos horas de funcionamiento suelen ser más que suficientes para mantener el frescor hasta bien entrada la madrugada.

Revisa el estado de los filtros
Aunque no lo parezca, los filtros sucios no sólo empeoran el rendimiento del aire acondicionado, sino que también afectan a la calidad del aire que respiras. Durante la noche, eso puede traducirse en estornudos, congestión o malestar general. Limpiarlos al menos una vez al mes durante el verano es un hábito sencillo que se nota más de lo que imaginas.
Cuida por dónde va el aire
Tan importante como la temperatura es la dirección en la que sale el chorro de aire. Dormir con el flujo apuntando directamente al cuerpo puede terminar irritando los ojos, secando la garganta o incluso causando contracturas.
La clave está en evitar el impacto directo. Usa la función de oscilación si tu equipo la tiene o bien orientalo hacia el techo o una pared, de manera que el aire se distribuya mejor sin molestarte.
Alterna con el modo ventilación
Cuando el calor no es extremo, una buena opción es combinar el modo frío con el modo ventilación. Este último no enfría como tal, pero genera una corriente de aire que mejora la sensación térmica y ayuda a refrescar sin resecar tanto el ambiente ni aumentar el consumo eléctrico.
Puedes dejar el frío durante un rato y luego pasar a ventilación para mantener el confort sin cargar tanto el sistema ni tu factura.

Ventila antes de acostarte
A veces basta con un gesto tan sencillo como abrir las ventanas unos minutos antes de acostarse. Dejas que el calor del día se escape, entra un poco de aire fresco y el dormitorio se siente menos cargado. Luego, cuando enciendes el aire acondicionado, ya no tiene que pelearse con una habitación asfixiante. Todo se nota: respiras mejor, te relajas antes y cuesta menos cerrar los ojos.
Tener el aire encendido toda la noche no tiene por qué ser un problema si lo configuras con cabeza. No se trata de congelarse, sino de encontrar ese punto justo en el que duermes a gusto sin levantarte con dolor de garganta ni con la factura de la luz disparada.
Imágenes | Freepik AI
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