La secadora es ese electrodoméstico que te salva un martes de lluvia y un domingo con prisa. La enciendes, te despreocupas y listo. Hasta que un día tarda el doble, hace más ruido que antes o directamente no seca como secaba. No suele ser “mala suerte”: casi siempre son pequeños hábitos que, sumados, la van castigando sin que lo notemos.
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El filtro de pelusas no es opcional
Cada ciclo genera pelusa, sí o sí. Si el filtro se atasca, el flujo de aire cae y la máquina trabaja forzada: más tiempo encendida, más temperatura, más consumo y más desgaste.
Un gesto mínimo después de cada uso (sacar el cajetín, retirar la pelusa con la mano o un cepillo y recolocar) marca la diferencia. Cuando te acostumbras, tardas menos que en colgar una toalla.
Llenarla “un poco más” pasa factura
Sobrecargar es el clásico. Parece inofensivo, pero impide que el aire caliente circule y que la ropa “baile” dentro del tambor. Resultado: zonas húmedas, arrugas imposibles y ciclos eternos.
Deja siempre un margen libre (un tercio del tambor es una buena regla) y agrupa por grosores: toallas con toallas, camisetas con camisetas. Rinde más y sufre menos.
Condensador y depósito no se cuidan solos
En secadoras de condensación o bomba de calor, el agua va a un depósito. Si lo dejas al límite, la máquina se protege y rinde peor. El condensador, además, atrapa pelusa fina; si no lo limpias de vez en cuando, sube el consumo y baja la eficacia. Cinco minutos cada pocas semanas (aspiradora o una ducha suave, según modelo) y asunto resuelto.
   
   
      Un único programa para todo no es buena idea
Tirar siempre del mismo ciclo es cómodo, pero caro. Cada tejido responde distinto al calor y al movimiento. Los delicados agradecen temperaturas bajas; lo grueso necesita más tiempo y aire.
Ajustar el programa evita encogidos, protege sensores y acorta el secado real. En algunas secadoras Samsung con AI Dry+, los sensores de humedad afinan solos el tiempo y ayudan a que no “sobreseque” la colada.
La ubicación importa. Más de lo que parece
Cuartos sin ventilación, muebles cerrados, esquinas sin hueco… Si la secadora no puede disipar calor, todo se calienta: motor, electrónica y juntas. Deja espacio alrededor, revisa que las rejillas de entrada/salida de aire no estén tapadas y, si está dentro de un mueble, abre la puerta durante el uso. Son detalles que alargan años su vida útil.
Señales de que algo no va bien
Olor a calor fuerte, ciclos que se alargan respecto a cuando era nueva, depósito que se llena “raro”, prendas que salen más calientes que secas o un zumbido distinto al habitual. No es para alarmarse, pero sí para parar, limpiar y revisar. Cuanto antes cortes la cadena de esfuerzo, antes vuelve todo a su sitio.
Pequeñas rutinas, gran diferencia
Cuidar una secadora no tiene misterio: limpiar el filtro tras cada uso, vaciar el depósito con regularidad, repasar el condensador, evitar cargas a rebosar y elegir el programa que toca. Si además tu modelo Samsung ofrece avisos de mantenimiento o ciclos específicos (algodón, mixtos, delicados), apóyate en ellos: están pensados para no castigar ni la ropa ni la máquina.
Cuando la secadora está bien mantenida, el cambio se ve y se oye: ciclos más cortos, menos arrugas, menos consumo y un tambor que gira sin quejarse. No hay trucos mágicos, solo hábitos sencillos. Y con eso basta para que siga cumpliendo como el primer día.
Imágenes | Dall-E
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