Un SSD con una resistencia de unos 600 TBW puede aguantar mucho tiempo en un uso normal, pero las primeras señales de que empieza a fallar llegan mucho antes si sabes dónde mirar
La salud de un SSD es una de esas cosas de las que nadie se preocupa… hasta que un día el PC tarda en arrancar o, directamente, deja de detectar la unidad. Entender cómo envejece un SSD y con qué señales avisa antes de fallar es primordial para cambiarlo a tiempo y así no tener ningún problema.
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Cómo trabaja un SSD y por qué se desgasta
A diferencia de un disco duro mecánico, con platos girando y un cabezal que se mueve como una aguja de tocadiscos, el SSD guarda los datos en chips de memoria flash NAND.
Cada celda de esa memoria aguanta un número limitado de ciclos de escritura y borrado: cada vez que grabas o borras algo, se desgasta un poquito la capa que retiene los electrones que representan tus datos. Con los años, mantener esa carga estable se vuelve más difícil y empiezan los errores.
Por eso los fabricantes usan un indicador muy concreto, el TBW (Terabytes Written). Es, básicamente, la cantidad total de datos que garantizan que puedes escribir en esa unidad antes de que el desgaste sea un problema serio.
Por ejemplo, un SSD con 600 TBW, escribiendo unos 25 GB al día, podría aguantar teóricamente más de 50 años. Es decir, suele morir antes el PC que el propio SSD.
De qué depende la vida útil real
Hay dos grandes factores: el tipo de memoria y el controlador. La memoria puede ser SLC, MLC, TLC o QLC. Cuantos más bits almacena cada celda, más capacidad y mejor precio… pero menos ciclos de escritura soporta. SLC y MLC se reservan para equipos profesionales; en casa, lo habitual es ver TLC y, en modelos más baratos y de mucha capacidad, QLC.
El controlador es el cerebro del SSD. Decide en qué celdas se escribe cada dato, reparte el desgaste para que no siempre se maltrate la misma zona y mueve información desde bloques que empiezan a fallar hacia otros de reserva. Un buen controlador, con un firmware bien afinado, puede alargar de forma muy notable la vida útil práctica de la unidad.
La temperatura también juega su papel. Un NVMe PCIe 4.0 o 5.0 puede superar fácilmente los 10–12 GB/s y eso genera calor. Si trabaja años sin disipador, metido en una caja mal ventilada, sufrirá más que un SSD SATA tranquilo a 550 MB/s, aunque en teoría usen la misma memoria.
Las pistas de que tu SSD está diciendo basta
Cuando las celdas se acercan a su límite, el SSD no desaparece de golpe: empieza a dar avisos. El primero suele ser una bajada de rendimiento muy clara: Windows arranca más lento, copiar archivos grandes se hace eterno y todo se siente “pesado”. El controlador está moviendo datos sin parar desde celdas desgastadas hacia bloques de reserva y eso se nota incluso sin hacer pruebas de velocidad.
En fases más avanzadas, la unidad puede pasar a modo solo lectura: puedes abrir archivos, pero no crear nuevos ni formatear el disco. Es su forma de decirte “saca tus cosas de aquí cuanto antes”.
Si el problema es grave, el equipo puede dejar directamente de detectar el SSD en la BIOS. Ahí ya hablamos de fallo de controlador o de firmware y la recuperación de datos se complica muchísimo. Otra señal típica son archivos que aparecen dañados o imposibles de abrir porque estaban en celdas muy degradadas.
S.M.A.R.T. y las herramientas para vigilarlo
Para no ir a ciegas, todos los SSD modernos incorporan tecnología S.M.A.R.T., un sistema de autodiagnóstico que registra sectores reasignados, temperatura, nivel de desgaste y espacio de reserva, entre otros. Algunos códigos son clave: un “Reallocated Sector Count” por encima de cero, un “SSD Life Left” por debajo del 10 % o un “Available Reserved Space” casi agotado son señales rojas de que hay que hacer copia de seguridad y pensar en cambiar la unidad.
Programas como CrystalDiskInfo leen esos valores y te los enseñan con un semáforo muy claro: salud “Buena”, “Precaución” o “Mala”. A eso se suman las utilidades de cada fabricante (Samsung Magician) que permiten actualizar firmware, hacer borrados seguros y ver cuánto porcentaje de vida útil queda según sus propios cálculos.
SATA vs NVMe: duración, más parecida de lo que crees
La interfaz (SATA o NVMe) no es lo que manda en la durabilidad. Lo que realmente importa es la memoria que monta el SSD y el TBW que declara el fabricante. Un NVMe PCIe 5.0 suele tener un TBW alto porque está pensado para cargas pesadas, pero un buen SATA TLC puede durar toda la vida del equipo en un uso doméstico normal. La decisión final debería basarse en ese TBW, en los años de garantía y en el tipo de uso que le vas a dar.
Al final, un SSD no es una cuenta atrás dramática, pero tampoco algo eterno. Vigilar su salud cada cierto tiempo y tener copias de seguridad es la forma más sencilla de que el día que “muera” no pase de ser una anécdota técnica en lugar de un desastre personal.
Imágenes | Dall-E con edición
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